Todo el que procure salvar su vida, la perderá;
y todo el que la pierda, la salvará.
Lucas 17:33
Los sucesivos cambios que ha afrontado el sistema político argentino desde la crisis de representación de 2001 ha colocado en tela de juicio la continuidad existencial de ciertos patrones o reglas comunes que se erigían en reguladoras de conductas partidarias.
Sin duda la balanza tradicional entre peronismo y radicalismo ha dejado de ser. Hoy desaparecieron los grandes bloques ideológicos o valorativos que distinguían pertenencias partidarias; mas bien existen “figuraciones” que pretenden ser liderazgos aglutinadores de masas cautivas.
El justicialismo se ha encausado tradicionalmente bajo la figura de un líder dominante. Peronistas, menemistas, duhaldistas, kirchneristas. La pregunta clave: ¿cuál es el genuino atractivo que permite el juego de lealtades y arreglos? ¿Las dotes sobrenaturales de carisma o el “manejo de la caja”?
Existe un circuito de reproducción perversa entre el Gobierno Central y la conducción política provincial. Las transferencias aportadas por la Nación tienen un costo directo para las provincias: la sumisión concertada. Así, la producción de una articulación basada en el apoyo político de parte de las provincias hacia la Nación a cambio de transferencias financieras o de bienes y servicios se realiza bajo la característica de concertación, acuerdo, pacto o compromiso mutuo. Una suma de dinero del presupuesto federal afectada a una provincia implica el alineamiento provincial en términos de votos en el Parlamento Nacional y apoyo en la interna partidaria al líder local promovido por el Gobierno Central. Desde lo institucional, la sobrerrepresentación de la periferia guarda una considerable influencia sobre la agenda parlamentaria del Poder Ejecutivo. Así, mientras que las provincias periféricas (Cuyo, NOA y NEA) colocan un senador cada 250 mil habitantes; las centrales (CABA, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fé) lo hacen cada 1.800.000 habitantes con lo cual un voto en el área periférica equivale a más de siete en el centro.
La clave es la confianza acrítica en la conducción política. El estado de alienación total, la enajenación fáctica de la voluntad individual determina el grado de libertad de las provincias para negociar con la Nación. Lo preocupante es la ausencia de una masa crítica plausible que logre con éxito cuestionar la dominación tradicional.
El rol preponderante de aquellos segmentos sociales que tienen internalizados valores y conductas como ser universidades, profesionales, inversores vinculados con el mundo regional, no llega a revertir las características patrimonialistas y sultanistas que restringen el desarrollo ciudadano. La importancia que se le otorgue a la esfera pública determina la intensidad de la ciudadanía. El grado de adquisición por parte de los habitantes respecto a ciertos derechos inalienables como ser los civiles, políticos y sociales se ha ido erosionando a partir de las reiteradas demandas personalizadas de los líderes locales.
El manejo de fondos incoado desde el poder central hacia las provincias, permite a la conducción provincial la formación de una base social “fiel y abnegada” a las inclemencias temporales de turno. Esa base existe gracias a los subsidios repartidos a sectores dominantes ligados al clientelismo político.
Quizás fue esta misma lógica perversa la que coadyuvó al saqueo institucional de los partidos políticos. Primero se lo justificó a partir de la crisis de representación de 2001; ahora ¿por qué siguen en crisis? ¿Qué clivaje o conflicto social explica hoy el funcionamiento de los partidos políticos? ¿Representan los distintos intereses o se representan a sí mismos? El desafío de la clase política es resignificar lo público y lo partidario a la vez. Max Weber en Economía y Sociedad distingue dos tipos ideales de partidos políticos: aquellos “que son esencialmente organizaciones patrocinadoras de cargos cuyo objetivo consiste en llevar a sus jefes por medio de elecciones al lugar de director, para que éstos distribuyan luego cargos estatales entre su séquito. Carentes de programa propio,… inscriben postulados que suponen deben ejercer mayor fuerza de atracción entre los votantes. O bien los partidos de ideología. Se proponen la implantación de ideales de contenido político”. En tanto Almond y Powell hacen hincapié en la función social de integración y conciliación de intereses, al decir que “el partido político debe ser considerado como la estructura especializada de integración de intereses en las sociedades modernas”. Un partido cuya razón de ser radica en una figura única no existe como tal. En todo caso hablaremos de sociedad con ínfimo grado de desarrollo cívico.
Ayer eran los partidos de notables; hoy no se identifican partidos sino personalismos al punto en que muchos acceden a una banca por ser parte de una lista sábana. Ello denota la involución de la sociedad política y por qué no también de la misma sociedad civil. Se continúan legitimando patrones de profundo retraso clientelístico.
Afanarse por la vida propia es cerrar la puerta a la grandeza del amor al prójimo. La denodada búsqueda por figurar y tomar cargos son señales de la miseria espiritual en un verdadero líder. Habrá que morir al yo para que nazca el otro…
Buenos Aires, 12 de Noviembre de 2007.
Gretel Ledo
Publicaciones:
Crónica y Análisis, Periódico On Line, http://www.cronicayanalisis.com.ar/otrasvoces.asp#275, 13/11/07
Parlamentario.com, http://parlamentario.com/correo-lectores.php, 13/11/07
Agencia NOVA, Análisis, http://www.agencianova.com/nota.asp?n=2007_11_13&id=45697&id_tiponota=3, 13/11/07
Parlamentario.com, http://parlamentario.com/correo-lectores.php, 13/11/07
Agencia NOVA, Análisis, http://www.agencianova.com/nota.asp?n=2007_11_13&id=45697&id_tiponota=3, 13/11/07
No hay comentarios:
Publicar un comentario