REVISTA LA TECLA
“El amorío no da lugar a contradicciones ni admite desaciertos”
La analista política desgrana el momento de Cristina Fernández, sin Néstor Kirchner y proyectada como la principal candidata a quedarse con la presidencia en 2011. "Nuestro país clama por el espíritu de sinceridad. Es tiempo que caigan las máscaras. Solo así se posicionará a nuestra clase dirigente y dirigida en un nuevo horizonte de virtudes recíprocas", conjetura Ledo
Publicada 19/11/10
Las claves:
El velo cae si hay frustración
Hay ausencia de estrategia
El país clama sinceridad
Todo encantamiento se caracteriza por una etapa inicial de fuerte apego al objeto fetiche que encierra desde lo místico un uso no racional de legitimidad. El punto máximo de la relación de amorío no da lugar a contradicciones ni admite desaciertos. Este velo cae cuando se presenta una frustración en el imaginario colectivo que no encuentra canalizadas sus expectativas en quien depositó sus demandas. Así, en términos sistémicos, los inputs que ingresan en el sistema político no cuentan con sus correlativos outputs.
Existe una diferencia entre el buen y el mal líder. El primero se conduce con una sabiduría tal que se transforma en hacedor de la voz del pueblo. Es capaz de renunciar a sus designios personales para dejar traslucir en sus acciones, decisiones que afectan positivamente al conjunto del pueblo. Hablar de sabiduría es ingresar en un plano sobrenatural, en que opera Dios como mentor de la cabeza de una Nación. En tanto el segundo hace uso de una inteligencia racional que no necesariamente lo posiciona en un escenario de claro discernimiento entre lo urgente y lo importante.
Un país como Argentina, que atraviesa las mejores oportunidades económicas para dar un vuelco social y político, denota por parte de la dirigencia una ausencia de estrategia que identifique acciones precisas para direccionar una política congruente de crecimiento sostenido. El liderazgo mediocre asume como modus operandi un espíritu de comodidad que niega la realidad, no la declara, la esconde, imposibilitando un cambio certero.
En la antigua Francia los escultores hacían sus esculturas en piedra. Quienes llevaban a cabo correcciones recurrían a la cera. De allí que ante la perfección en el diseño se colocaba la leyenda “sin cera”, o sea, sin remiendos, genuino, tal como se veía. Nuestro país clama por el espíritu de sinceridad. Es tiempo que caigan las máscaras. Solo así se posicionará a nuestra clase dirigente y dirigida en un nuevo horizonte de virtudes recíprocas.
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