Pocos días atrás, el Vaticano dio a conocer
una novedosa propuesta para regular la economía en crisis. Pensar en un
gobierno mundial capaz de coordinar acciones políticas consensuadas, sin duda
remite a la concepción federalista.
El año 1986 coronó la creación y puesta en
marcha del Acta Única Europea a través de la cual se invistió a la Comunidad de
una única superestructura legal permitiendo un refuerzo decisorio en términos
de peso político, como así también, la apertura para transitar el camino hacia
el mercado interior. Supuso la ampliación y modificación del Tratado de Roma de
1957 rebautizando a las tres comunidades (Comunidad Económica Europea –CEE-, Comunidad
Europea del Carbón y del Acero –CECA- y Comunidad Europea de la Energía Atómica
–EURATOM-) bajo una nueva denominación: la Comunidad Europea (CE).
El italiano Altiero Spinelli (1907 - 1986),
responsable de la promoción del Movimiento Federalista Europeo, se erigió como
uno de los máximos referentes de las bases fundacionales del espíritu de la
Unión. La visión de unos "Estados Unidos de Europa" encuentra su
razón de ser en la redacción del Manifesto di Ventotene (1941), manuscrito
elaborado durante la Segunda Guerra Mundial en prisión junto a Ernesto Rossi, por
su oposición al fascismo italiano. La isla de Ventotene, se constituyó en el
ícono que dio nacimiento al programa del Manifiesto Federalista Europeo.
Luego del desempeño de Spinelli como eurodiputado
(1979-1984), el Parlamento Europeo aprueba prácticamente por unanimidad su
proyecto de Tratado de la Unión Europea.
La conformación de una autoridad central
capaz de defender intereses comunes, encontraba como razón de ser, la búsqueda
de una paz duradera y consensuada entre los países europeos. En este sentido, a
diferencia de la corriente funcionalista, cuyo exponente máximo ha sido Jean
Monnet, no resultaba plausible abogar por la defensa de los intereses
nacionales. Justamente el nacionalismo será visto por Spinelli como la causal
de la explosión de la guerra.
El documento del Pontificio Consejo de
la Justicia y de la Paz titulado "Por una reforma del
sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad
pública de competencia universal" destaca la importancia de la
constitución de una autoridad política mundial capaz de relegar a un segundo
plano, los intereses reduccionistas de ciertos grupos económicos que, lejos de
velar por el interés común, intentan posicionarse haciendo oídos sordos a
problemáticas estructurales aún pendientes en la agenda global.
Entre otras líneas propositivas se resalta el
apoyo al establecimiento de la Tasa Tobin, el impuesto a las transacciones
financieras mundiales para ser administrado por una especie de
"banco central mundial" que regule el flujo y el sistema de los
intercambios monetarios, con el mismo criterio que los bancos centrales
nacionales.
Este eje va en línea con lo enunciado en Apocalipsis
3.16-17: “Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que
ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de
la bestia, o el número de su nombre”. Este pasaje vaticina la centralización
informática manejada por bloques monetarios a nivel mundial. Asignar a cada ser
humano una cifra numérica implica simplemente, la identificación y el
seguimiento sucinto y minucioso de sus conductas. La marca es clara. El control
y la manipulación de datos anagráficos es hoy una realidad que nos atraviesa
como sociedad toda.
A su vez, para comprar y vender sin dinero, es necesario un
sistema que lo reemplace. Bajo esta cosmovisión la constitución de una
autoridad con competencias universales en materia financiera y
monetaria da cuenta de la conformación de una nueva institución con poderes
concentrados que vigila al estilo panóptico foucaultiano, a todos los
“marcados”.
Por su parte también se brega por la democratización de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) en términos de reformar el interior
del proceso de toma de decisiones.
El principal desafío es aquel de arribar a propuestas
consensuadas bajo el paraguas participativo de todos los actores sociales
incluyendo para ello, mecanismos de colaboración recíproca entre países mejor posicionados
y aquellos que aún ni siquiera figuran entre las prioridades internacionales
por no resultar un jugador con peso propio en la mesa del “diálogo”.
El horizonte es claro: relegar los intereses nacionales para
dejar paso a aquellos federales. El precio a pagar quizás sea elevado pero de
seguro, la recompensa vale la pena. Resulta imposible construir desde una
visión de particular nacionalismo egoísta.
Como dice la Palabra de Dios, es preciso dejar morir para
ver nacer.
Bologna, 1 de Noviembre de 2011
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