El cielo está allá arriba, la tierra está aquí abajo,
pero la mente de los reyes nadie sabe dónde está.
Proverbios 25:3
La Argentina está atravesando un laberinto ideológico. Asistimos a un sinfín de medidas triviales desconectadas entre sí. Por un lado se enfatiza el acuerdo de voluntades para conseguir unicidad en los precios. La balanza comercial de pagos arroja resultados superavitarios. El ritmo económico va viento en popa.
Por otro lado, tropezamos con una verdad vertiginosa que traspasa la agenda diaria de los muros mediáticos: el ritmo político está proa al viento. Lo transitorio se hace permanente, la espera se dilata y la coyuntura es noticia. Alianzas, acercamientos, candidaturas, “dimes y diretes” están hoy en boca de los dirigentes políticos.
Perdura la esencia de un modelo de país que alberga en su interior 39 millones de talentos dispersos, amorfos, incomunicados que aún no han arribado a un mínimo de consenso para que diálogo y acuerdo rompan el cascarón. Ese cascarón es la valla a saltar para afrontar un nuevo desafío: la competitividad a nivel internacional. “Quien quiera nacer tiene que destruir un mundo”, decía el autor alemán Hermann Hesse. El polluelo es el gran tesoro escondido que está vibrando en pleno movimiento sin lograr romper el cascarón y salir de su mundo conocido.
¿Cuántos más polluelos muertos queremos tener? ¿Cuántos más entierros debemos afrontar? Otros han roto el cascarón por nosotros: préstamos internacionales con mala administración de recursos, recetas económicas extraviadas que amerizaron sobre la mente política de turno. Gobernantes con intereses mezquinos personales perpetuados en el tiempo y en el espacio, un espacio público que se tornó en privado. Una ciudadanía ciega que se volvió habitante.
La falta de talento político coadyuvó a la gran obra: el huevo se perdió. Se aunaron las fuerzas para gobernar en piloto automático.
Cuenta la mitología romana que Jano (en latín Janus) era un dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil. Como dios de las puertas, hacedor de comienzos y finales, le fue consagrado el primer mes del año (la palabra “Enero” se derivó del latín “Ianuarius”),
Su representación habitual es bifronte: dos caras mirando en sentidos opuestos. Es el dios de los cambios y las transiciones, de los momentos en los que se traspasa el umbral que separa el pasado y el futuro. Su protección, por tanto, se extiende hacia aquellos que desean variar el orden de las cosas.
El dios Jano, ¿será la deidad del poder de turno?
Buenos Aires, 12 de Diciembre de 2006.
Gretel Ledo